martes, 19 de mayo de 2015

Leyenda del mole 3ra parte


Cada granito subía su esencia olorosa por el aire, y todos juntos la unieron para tenderla en el convento por encima del perfume de las rosas del jardín y de la sutil fragancia que emanaban de la capilla doméstica, y de la que fluía de las pequeñas celdas.
De las orcitas talaveranas del limpio anaquel fue sacando Sor Andrea clavo, pimienta, cacahuate, canela, almendras, anís y de un tarro tomó unas pulgadas de comino y empezó a moler todo eso, mezclándolo, en un mortero. Del tibor chino, azul y blanco, en que se guardaba el chocolate monjil, tomo dos tablillas y las juntó a los ingredientes que acababa de moler, y el mortero volvió, alegre a tintinear persistente con un clero repique de campana jubilosa. En otro mortero, machacó jitomates, cebollas, ajos asados, recogiéndose la manga del hábito para que no se le quedara en ella ningún avillanado rastro cebollero.
Subía y bajaba suavemente el torso de la monja, palpitándole las blancas tocas al subir y al bajar sobre el metate la gruesa mano de piedra, metlapille. Ya para crear la masa en espesa onda bermeja sobre la artes, con el filo de la mano recogía rápida, subiéndosela con ágil movimiento a la palma volviendo esta hacia arriba, para ponerla en seguida encima del metate y seguir triturándola firmemente.
Pasta de mole



No hay comentarios:

Publicar un comentario